lunes, 24 de septiembre de 2007

Alvaro Reynoso


A finales del siglo XVIII, uno de los tantos inmigrantes que llegan a La Habana deshace su equipaje, mientras se apresta a comenzar un proyecto que extrae de sus sueños de progreso. Es natural de Tarifa, provincia de Cádiz, España; pero viene de Santo Domingo.
En 1812 adquiere un lote de cinco y media caballerías de tierra en el territorio que ocupaba la antigua hacienda Pendencias, cerca de la playa Guanímar, en Alquízar, con el propósito de criar ganado. Sin embargo, pronto descubre que el precio del café es más atractivo y decide crear el cafetal Nuestra Señora de la Luz.
Aún no se imagina que por su venas fluye la sangre que se depositaría en uno de los hijos ilustres de las ciencias en Cuba.
Don Alvaro, en 1818, solicita la presencia de su sobrino Antonio Reynoso y Trujillo _ conocedor de los cultivos agrícolas_ para colocarlo al frente de las plantaciones. El joven, también de Tarifa, es afectado por las fiebres, cuando apenas comenzaba su adaptación al clima de la Isla. La enfermedad, repentina y extraña, le lleva a un estado cataléptico y es dado por muerto.
El dolor y la desesperanza en la familia Reynoso solo se interrumpe _ 19 horas después de anunciado el deceso_ por la buenaventura y ocurrencia de dos hermanos vecinos, de apellido Dueñas, durante el cumplimiento de la tarea de preparación del difunto.
Comenzaron a agitarlo con tanta desesperación que Antonio abrió sus ojos y pudo contar lo sentido, cuando escuchó _ sin poder emitir señales de vida_ las graves palabras del doctor que lo declaró difunto.
Años más tarde, conoció el amor en una joven, de la Real Casa Cuna de La Habana, adoptada por su tío. Se llamaba María de Jesús de San Pío Valdés, quien concibió cinco hijos en el matrimonio con Antonio. El cuarto de ellos nació el 4 de noviembre de 1829 y le pusieron por nombre Álvaro Francisco Carlos Reynoso y Valdés.
El pequeño Álvaro Francisco demostró una singular inteligencia para aprender las primeras letras en el seno de su propia familia. La ausencia de escuelas en la zona de Alquízar, donde residían, imposibilitaba recibir instrucción académica.
Los Reynoso se trasladan a la ciudad capital y Álvaro ingresa en el colegio de San Cristóbal de La Habana _ conocido por Carraguao_ , dirigido por el maestro español Antonio Casas y Remón, quien disponía de un claustro integrado por hombres como Felipe Poey, José Fornaris, José Silverio Jorrín y José Luis Casaseca. Este último sería el guía e inspirador del futuro científico. Precisamente a él, debe sus triunfos en la Química.
Álvaro se gradúa de bachiller en Ciencias el 4 de julio de 1846. No existe en la Universidad la carrera de Química y matricula Medicina y Cirugía.
No obstante sus buenas notas del primer semestre, se mantiene bajo la influencia del profesor Casaseca y se va a Francia para estudiar Química, en la Universidad de La Sorbona, en París.
Se gradúa a los 26 años de edad y es reconocido por un aval científico extraordinario y numerosos trabajos publicados en Francia. A su regreso a La Habana, el 25 de febrero de 1858, demostró sus intenciones de contribuir en el desarrollo de los estudios de Química en Cuba.
Solicita la cátedra de Química aplicada a la agricultura y la botánica, en la Escuela General Preparatoria de La Habana. Inicia las clases el 3 de octubre de 1858 y el 4 de diciembre retoma sus investigaciones sobre el cultivo de la caña de azúcar.
EL SUEÑO DE CASASECA
Por Real Orden, en julio de 1859, el doctor Álvaro Reynoso es nombrado director del Instituto de Investigaciones Químicas de La Habana, en sustitución del profesor Casaseca. Se cumplían así las aspiraciones de quien fuera su maestro.
En 1864, ya estudiaba el problema de la pérdida de considerable volumen de azúcar en la gran masa de mieles generadas durante el proceso de elaboración. Entonces, decidió aplicar un procedimiento opuesto, que consistía en el uso de fosfato ácido de alúmina en la defecación del guarapo para eliminar las impurezas.
Aplicó el enfriamiento de las mieles para lograr una mayor concentración del azúcar, comprobó que funcionaba a escala de laboratorio, y logró una patente expedida por el gobierno colonial. Entonces, solicitó la construcción de los equipos necesarios a fabricantes europeos.
La sustitución del calor por frío, en las mieles, significa un importante ahorro de combustible vegetal. En París, el sabio cubano presenta un informe a la Academia de Ciencias francesa sobre los resultados de sus investigaciones.
En la práctica solo el industrial Carré _ quien introdujo la refrigeración industrial en Francia_ acepta construir los aparatos requeridos por el doctor Reynoso. Sin embargo, la exigencia de una fuerte suma de dinero, por parte de Carré, obliga a desistir la continuidad del proyecto.
No obstante, el cubano desarrolla otro invento en función de la industria azucarera, cuya patente la concede a su favor (27 de junio de 1874) el Ministro de Agricultura y Comercio galo, a partir de la propuesta de dividir la caña en trozos mediante cuchillas rotativas. ¿Acaso no es precedente de una máquina combinada cañera?
El perfeccionamiento del proceso industrial azucarero lo llevó a proponer la reducción de la caña a pulpa, hasta obtener una pasta homogénea que facilitara la extracción total del jugo.
Y se reservó el derecho de aplicar esta técnica en el sorgo y el maíz, con el propósito de alimentar a los animales.
La efectividad de su invento sorprendió con los resultados de hasta el 85 por ciento de extracción de jugo en ingenios que, normalmente, alcanzaban un máximo del 55 en el proceso tradicional.
Por este nuevo triunfo, la Exposición industrial parisina, en 1878, le reservó una medalla de plata. Sin embargo, el gobierno colonial imperante en la Patria le esperaba con aislamiento, indiferencia y humillaciones.
En suelo cubano, pasó sus últimos años consagrado a la experimentación y divulgación científica acerca de distintos cultivos, como tabaco y café. A las 6:30 de la tarde del 11 de agosto de 1888, dejó de existir. Tenía 58 años de edad.
El Gobierno y la burguesía criolla pretendieron solemnizar los funerales. Pero nunca se supo el destino de sus obras, algunas inéditas. Por ejemplo: Tratado general de agricultura, Monografía de la caña de azúcar, Estudios sobre el cultivo del tabaco, y otras acerca del café y el maíz, se perdieron inrremediablemente.

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